La lluvia y los hongos (1958) / Mario Benedetti

11 de julio de 2012

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¿Sinceridad? Cuidado con la palabrita. Por lo pronto, querida, no era este nuestro convenio de hace cuatro horas. ¿Recuerdas lo que dijimos? No existe el pasado. Claro que es difícil abolirlo. Pero reconoce que hubiera sido lindo quedarnos con nuestra imagen de hoy, vos y yo en aquel zaguán oscuro, provisoriamente resguardados del aguacero, vos y yo sintiendo que de pronto circulaba entre ambos la corriente milagrosa, vos y yo inscribiendonos tácitamente en el compromiso de venir aquí, o a cualquier habitación tan sórdida como esta, para repetir, como siempre con fundadas esperanzas, la búsqueda del amor.
Después de todo, ¿Que crees que es la sinceridad? ¿Que yo te diga lo que te gusta y vos me digas lo que me revienta? Cuidado con la palabrita. La sinceridad (cuando es sincera, porque también hay una sinceridad falluta) siempre nos llevara a odiarnos un poco. Ahora me da lastima verte así, tan indefensa, tan iluminada. ¿Quieres apagar la luz? Conviene que te cubras, por lo menos. Ademas, ya no llueve. A lo mejor, tienes razón. Terminada la lluvia, el pasado vuelve a nacer, como los hongos. ¿Quieres que empiece por la infancia con padres, con libros y sin ternura? No, esa parte es mas bien tediosa. ¿O quieres que empiece por la zona de amistad? Ya se, estarás pensando: cuantas ventajas para el hombre, Dios mío (porque vos decis a menudo diosmio), no cultivan la virginidad ni tienen loa pies frios ni soportan la menstruación, y, como si eso fuera poco, poseen la necesaria ingenuidad para creerse amigos, nosotras en cambio sabemos a que atenernos: nos encontramos, nos reímos con cierto escándalo, nos besamos simbólicamente con los labios en el aire, decimos pestes de las cuñadas, de las primas, de las presuntas amigas ausentes, comparamos detalles de nuestros novios, amantes o maridos, intercambiamos falsas confidencias y besamos otra vez el aire antes de separarnos con la misma sorba, con la misma envidia contenida. Si, estarás pensando en eso, y quizá tengas un poco de razón. Pero la verdad es que a mi no me ha hecho feliz la amistad. Simplemente compruebo. Tuve exactamente tres amigos. Ya ves que no es tan fácil. Solo tres. El primero se quedo con un sobre que contenía mi sueldo y nunca mas supe de el. Con el segundo me tome a golpes, y las cocatrices respectivas (esta del pomulo, otra en su hombro derecho) nos impiden olvidarlo todo. En cuanto al tercero, me quito una novia. No, esa vez yo no estaba realmente enamorado. Lo importante vino después. Fue la única ocasión en que me sentí vivir en pleno, como in animal nuevo y despierto, ágil, sensible, aunque horriblemente preocupado. Estaba, como explicarte, deslumbrado ante esos inesperados matices de posesión y de ternura que descubría en los menos comunicables de mis pensamientos. Pasaba como un fantasma por mi empleo, por la calle, por mi casa. Estaba enamorado como puede estarlo un chico de su maestra, o dd la amiga de su hermana mayor. ¿Como era ella? Bah, era inculta, primaria, pero tenia una sabiduría instintiva que la hacia intocable, una sensibilidad que convertía en perfecto todo cuanto hacia. Hablaba con gran elocuencia, un poco a balbuceos, pero poseía la elocuencia mas difícil: la de las actitudes. Frente al problema mas intrincado, su actitud era siempre irreprochable. Tenia un increíble olfato dd lo que estaba bien. Un desequilibrio que a la postre me resulto intolerable. Ella me quería, estoy seguro, pero había una suerte de juego mezclado a su amor. Yo tenia una horrible conciencia de no ser tomado en serio. Pero mi amor, llamemoslo así, tampoco era limpio. Estaba, como te diré, contaminado de respeto. Y así no se puede, claro. Quizá ella tenia la horrible sensación de ser tomad en serio. Nunca se aabe. De todos modos, era un desequilibrio. Un dia no pude mas y la golpee. Tuve que hacerlo. La golpee, la humille, la obligue a cometer acciones que eran denigrantes en nuestra relación. Tenia que verla alguna vez en una postura horrible, en una actitud absurda, reprochable. Ya se que es difícil de comprender, no precisa que me mires así. No lo conseguí, claro. Porque ella pudo resistir. ¿No te digo que la obligue? En ese momento pensé que lo había conseguido. Estaba allí, asombrada y despreciable, y yo podía mirarla sin respeto, como si hubiera verdaderamente prostituido su pasado. Pero al día siguiente ella adopto de nuevo la única actitud irreprochable, la única que podía purificar la inmundicia dd la víspera. ¿Todavía no comprendes? Abrió el gas. La mate, claro ¿Querías decir eso? Fui el culpable, el único ¿Te das cuenta? Y ahora, por favor, hablemos de otra cosa. De tus amores, por ejemplo.

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